Cuando la curiosidad no mató al gato
El reloj moderno avanza con rapidez y el viaje nos ciega a apreciar pausadamente el recorrido de las antiguas agujas de reloj. El mundo gira y la gente aún con arritmia se adapta: del autorretrato pictórico al fotográfico, de la fotografÃa profesional a la fotografÃa amateur, de la verdad a la ficción y de ahÃ, al "reality show a escala individual" (o al menos asà lo define Fontcuberta, 2010): la postfotografÃa y el Selfie.
La frase que encendió la chispa fue 'Cogito, ergo sum' [Pienso, luego existo] de Descartes (1637). Más tarde, "[...] su coetáneo Gassendi repuso 'ambulo, ergo sum'. Descartes exisitÃa gracias al pensamiento, Gassendi gracias al movimiento y a la acción. Hoy existimos gracias a las imágenes: 'imago, ergo sum'. La adaptación de ese corolario a nuestra condición de homo pictor deriva en 'fotografÃo, luego existo' ". (Fontcuberta, 2010).
Y el gato, que refleja el sonido mudo del espejo en el que nos miramos, existe para curiosear. La curiosidad -dice el refrán- mata: ¿Ha matado a la fotografÃa por el interés amateur de querer fotografiarlo todo y por el propio fisgoneo enamorado de nuestro mejor perfil? ¿Ha muerto la originalidad de aquel artista que merodea en las plataformas de internet? ¿Ha matado al arte el espionaje y la higiene visual del artista? ¿Y si las nuevas posibilidades retan a todos esos crÃmenes? Pues, averigüemos curiosamente el punto de inflexión de todas esas rarezas.
Deslumbrados por la hipervisualización de un mundo construÃdo y representado con imágenes, es necesario afinar nuestra mirada ante el caudal de información que navega por internet. El intento por desligarnos de nuestra rutina y encontrarnos con la esencia fotográfica, el fotógrafo/artÃsta y el viaje del tiempo, nos lleva a valorar lo que somos y lo que de forma indirecta ignoramos del plano social.
Con la fotografÃa como arma y el arte como combustible, buscamos una experiencia visual (como luciérnagas en la calle) en la que trazar estrategias de conocimiento y experimentar a través de imágenes.
Patricia Ortega